viernes, 20 de junio de 2014

El fallo de Griesa: nuestro paso al socialismo

El fallo de Griesa, ya lo habíamos dicho en algunas otras oportunidades, se nos hace incumplible.
En el sentido de que constituye una reestructuración de deuda al revés.
Podemos pensarlo del siguiente modo: Argentina es un país que se encontraría hoy sobre-desendeudado. Su exposición al crédito externo es demasiado baja en relación a la envergadura de su economía, tanto en lo que hace al sector público como al privado. Esto mismo lo diagnosticó el propio gobierno.
Y desarrolló una estrategia tendiente a recomponer lazos rotos con el sistema financiero internacional, de modo de ir de a poco agrandando la proporción de participación del crédito externo en la economía argentina, a los fines de valorizar con reservas los activos argentinos, y evitar una destrucción de riqueza. Simplificando, apuntalar el valor de la moneda, evitar  nuevas devaluaciones bruscas.

El juez Griesa prefirió proponerle un camino distinto: puntualmente, desarmar la reestructuración de deuda que le permitió al país superar la crisis del 2001.
Griesa inventó una novedad en materia doctrinaria. Nunca en la historia de las finanzas (y más ampliamente, de la humanidad, calculamos) se había desatado un proceso compulsivo de reestructuración de deuda en el cual los beneficiarios serían los acreedores, en detrimento del deudor.
Las reestructuraciones de deuda eran (hasta Griesa) procesos en los cuales un deudor acuciado promovía en acuerdo con sus acreedores una disminución equilibrada de sus pasivos, de modo de volver viable su repago.
Lo que hizo Griesa fue decir: la deuda que Argentina legítimamente pactó con sus acreedores es menor a la potencialidad de desarrollo de ese país, así que tiene que reconocer una deuda superior.
El espanto reaccionario más notable del que tenga memoria la historia. Todavía, tan cerca de los hechos, no resulta tan fácil visualizarlo así. Pero es de una envergadura criminal no mucho menor a los bombardeos de poblaciones civiles para ordenar la viabilidad de la circulación energética necesaria para mantener el status quo del capitalismo presente, que los señores del país de la libertad condicional organizan en Asia.
A los mismos que usufructúan los beneficios de mantener a los países del tercer mundo atados a los procesos de endeudamiento la decisión del juez les pareció demasiado. Sin embargo, el Tea Party judicial impuso su postura, a pesar del lobby que el parlamento británico, el Vaticano y Bank of New York (por mencionar solo algunos grupos extremistas de izquierda) realizaron en contra.

Decíamos: el fallo de Griesa es incumplible. Argentina debería decretar otro default y reestructurar nuevamente la totalidad de su deuda, en caso de reconocer los pasivos que el juez intenta obligarla a reconocer, directa e indirectamente.
En cierto sentido, hasta podemos decir que la decisión de Griesa es una invitación al socialismo.
La verdad es que si no es posible una alternativa a la propuesta por el fallo habría que mandar todo al carajo: declarar el default de la deuda, irnos de los organismos multilaterales de crédito, nacionalizar el comercio exterior y el sistema bancario y encomendar nuestras reservas energéticas y de materias primas agrícolas y minerales a Rusia y China y el surtido de su financiación.
Un aislamiento del mundo semejante sería muy doloroso para toda nuestra población. Desde la imposibilidad de viajar a ver el mundial (los controles cambiarios deberían ser muy estrictos), hasta la abstención de consumir determinados productos importados, pasando por la adecuación de los procesos productivos teniendo en cuenta la dificultad de comprar insumos provenientes de los países que hoy nos los surten, o la destrucción de capital de todo tipo (vehículos, celulares, maquinaria, computadoras) por la imposibilidad de adquirir repuestos.
O sea: en un país donde un módico control de cambios provoca manifestaciones de repudio masivas (más de un millón de personas movilizadas) pedirle a su población semejante acto de heroísmo sería ridículo.
Como dicen los pibes ahora, "boludeces no".
Y se lo decimos principalmente al líder de la corriente estudiantil de UNEN, el señor Fernando Solanas, que en algún intervalo de sus giras como cineasta relativamente exitoso, suele hacer comentarios respecto de estas cuestiones, sobre la legitimidad de la deuda y la mar en coche.
Jusamente desde UNEN, una fuerza en la que militan unos cuantos de los que tomaron y legitimaron la deuda en cuestión.

El camino será complejo y no hay que descartar nada

lunes, 9 de junio de 2014

La secretaría de coordinación estratégica del pensamiento nacional

Se habló bastante de la nominación de Forster para este cargo, creado ad hoc.
Y se puede discutir sobre dos ejes: primero el ad hominem, dando vueltas sobre el nombramiento mismo de Forster. Cosa que no le puede interesar más que a alguien con espíritu farandulesco.
Y después el institucional: la creación del cargo, por qué, para qué.

Algunos de los que agarraron por este último camino, o por una combinación de ambos, volvieron a sacar a relucir el infundado y creo que fingido temor (es que soy bueno en el fondo) a que desde el estado se pueda generar un proceso que derive en una suerte de pensamiento único. Momento en el cual, casi obligatoriamente, hacen la correspondiente mención a 1984. La novela más citada que leída de Geroge Orwell. Que no leímos, porque ya nos la contaron los analistas políticos.

En este punto cabe una disgresión. Los mismos analistas preocupados por la confrontación y la falta de consenso que nos hace perder "oportunidades históricas" (que se diferenciarían de las oportunidades no-históricas) muestran a su vez un temor estúpido a la instauración de un pensamiento único. O sea, de un tipo extremo de consenso. El problema con que se topan estos analistas es la incapacidad de articular un discurso que supere el estadío infantil de centralidad del yo.
Lo que interpreto es que llaman "consenso" a aquel acuerdo consistente en que los demás asuman como propias sus ideas (las de ellos). Y denuestan entonces cualquier tipo de consenso fundado en la renuncia a algunas de sus convicciones. La historia de la humanidad (la de las oportunidades) es una seguidilla de hechos como estos. Agradezcamos a Dios estar atravesando una oportunidad (histórica) de las escasísimas en que el arribo a consenso excluye el uso de la violencia y la eliminación física del que se niega a consensuar. Bah, no, no agradezcamos nada, si en realidad no es así.
Por supuesto, nuestras valoraciones de esas oportunidades (históricas) en que los consensos son alcanzados (es decir, son sofocadas más o menos violentamente las disidencias) depende en muy buena medida de si quedamos del lado de los consensuadores o de los consensuados. Repito: la Historia (esa seguidilla de oportunidades) es básicamente eso.

Volvemos entonces a pensar sobre el cargo: la Secretaría de coordinación estratégica del pensamiento nacional.
Y acá nos ponemos en críticos. No sin caer en contradicciones.
Si creyéramos en su existencia seríamos acérrimos enemigos del pensamiento único y del consenso, aunque no de la negociación, que consiste en una renuncia temporaria a la convicción de alcanzar determinados objetivos de manera inmediata. La clave está en la palabra temporaria. Y en la anulación de la inmediatez. En esa imposibilidad llamada consenso la renuncia es perpetua y absoluta. El conflicto es el intento por apropiarse de la inmediatez. La negociación es apenas dilación. Es mucho. Administrar las dosis de negociación es un arte político.
Por eso, a la secretaria de coordinación estratégica del pensamiento nacional le criticamos su futilidad antes que nada.
No hay riesgo de pensamiento único. Nos parece bárbaro que Forster o quien sea se ponga a organizar congresos de filosofía nacionales, arme cátedras paralelas en determinadas carreras, intenten motivar debates sobre qué es el ser nacional, etc.

Pero todas estas actividades no lograrán seguramente escapar a una máxima que me parece innegable a esta altura y en virtud de las experiencias pasadas en la materia: que todos los procesos de cambios culturales profundos ocurren por fuera de lo institucional. La potencia de los elementos que posibilitan estos cambios se diluye a medida que los mismos son institucionalizados, sometidos a una estrategia, cargados de responsabilidades tácticas, disciplinados a la consumación de objetivos dependientes de un plan de operaciones, sometidos a auditorías de avance gestión, analizados bajo los standares de control de calidad.
De manera tal que la secretaría y los procesos institucionales que por ella sean emanados, muy probablemente se transformen en artefactos de funcionamiento en el mejor de los casos aceitado y que compongan una maquinaria prolija, pero con poca incidencia real.

Quienes vivimos de cerca el devenir de los blogs K somos más o menos conscientes de lo que ocurrió. La mejor performance de este colectivo se dio cuando no era un colectivo, cuando de manera dispersa. unidos apenas por cierta afinidad de pensamiento e impronta de acción y aprovechando un ambiente común varias personas se apropiaron al mismo tiempo de herramientas disponibles y ocuparon espacios vacantes para dotar de sentido algunas sensaciones que andaban necesitando una expresión más o menos coherente, un discurso; o varios. Todo intento por convertir eso en un canal de comunicación institucional creo que fracasó. Pero por inútil. Y anuló por ahí la potencia comunicativa de la herramienta que probablemente y de todas formas iba a caducar igual, por culpa del tiempo, implacable, que le quitó la oportunidad histórica, para dársela a otros. No tenemos derecho a esperar otra cosa de parte del tiempo que esas infidelidades.

La idea de armar esta secretaría tal vez quede en la historia como el intento de un gobierno por armar un contra Tinelli de carácter institucional.
El super secretario de coordinación estratégica del pensamiento nacional en las sombras, de todos modos, sigue teniendo todas las de ganar a la hora de difundir en grado prioritario una cosmovisión, una forma de entender el mundo. No necesita el reconocimiento institucional de función y por eso la desempeña con una eficiencia inexpugnable.
Está de todos modos institucionalizado, pero de manera discreta, no forma parte del eje preocupante del pensamiento único. Lo ejerce, con la inconsciencia de quién no sabe bien a qué lo dedican. Y por ende, es efectivo. Sospecho que Orwell tenía profundamente razón, pero nos lo contaron mal.

martes, 3 de junio de 2014

El Rey Juan Carlos abdica y complica aún más a Boudou



Alejandro Bercovich, columnista semanal en lo de Wainrach en Radio Metro esbozó, en su columna de hoy, un ejercicio de admiración por el "gesto" de Juan Carlos. El rey de España. Que abdicó. Abdicó.

Lo señalo porque el snobismo argentino, consistente en exacerbar obscenamente la pavada sensacional de que en otros países del mundo (por lo general occidentales y un poco más ricos que Argentina y, de paso, con nombre glamorosamente exótico, aunque para ser sincero, este no sería el caso en este punto) las cosas que ocurren son mejores que las que ocurren acá, se alinea bastante bien con la bajada de línea esbozada por Bercovich.

Dijo, palabra más o menos, que el rey Juan Carlos debió abdicar al sentir su conciencia acosada por las denuncias de corrupción que pesaban sobre su yerno (que llevan unos 5 años más o menos). Y lo hizo para intentar re-legitimar la autoridad monárquica, que por esas mismas sospechas de corrupción se encontraba mermada.

Y remató con una manifestación del más puro snobismo: algo así como que la cosa era muy distinta a la que se vivía en Argentina, en que un vicepresidente está acusado y citado a declarar en una causa por corrupción y continúa en su cargo.

Así que deberíamos desprender de las opiniones de Bercovich, sin riesgo de violentarlas, que la situación española implica una superioridad de orden moral respecto de la de Argentina.

Parece que el hecho de que un señor al que se le otorga socialmente y por acuerdo contractual tácito las potestades de rey, legitimando tal otorgamiento en una supuesta elección divina que se sustenta en el hecho de que la dignidad sanguínea de tal señor es de carácter distintivo y superior a la de la casi totalidad del resto de los mortales, lo cual los convierte (al resto de los mortales que por azar o elección residen en el territorio sobre el cual el susodicho rey se atribuye la soberanía) en sus súbditos, sobre los cuales pesa la obligación de pagar tributo para mantener sus fabulosos stándares de vida, acordes a los esperables para la preciosidad de su sangre, de tipo especial, que ostenta este caballero tan superior a todos nosotros, cosa totalmente fundamentada (si no Dios no se hubiera permitido elegirlo); decía que el hecho de que este caballero decida abdicar (abdicar!!!!!), es decir, renunciar no a sus majestades que son de tipo vitalicio, sino simplemente al ejercicio temporal del poder, que salvo honrosas excepciones también suele confundirse como de carácter vitalicio, delegándolo en su sucesor natural (sucesor natural), o sea su legítimo heredero, es decir su hijo (varón y mayor, en ese orden), que si no es que la reina se mandó alguna cañita al aire con tanta mala leche como para quedar embarazada de algún súbdito, cosa imposible que haya ocurrido porque confiamos ciegamente en la envergadura moral de su majestad la reina, si no el rey no la hubiera elegido como su esposa (así como dios lo eligió a él como su representante), entonces, decíamos, el actual príncipe y próximamente rey tendrá la misma dignidad sanguínea que su padre, gracias a dios (gloria a dios!), o mejor dicho, gracias al grandioso gesto de Juan Carlos, que actuando en nombre de dios eligió otro rey para España, anticipándose apenas unos años a su inevitable muerte, lo cual implica el detalle menor de que ya el rey no será el suegro del corrupto que lo hizo abdicar sino apenas un cuñado, todo eso parece, decíamos, de una superioridad moral aplastante, empequeñecedora, respecto de nuestra catadura, la de los argentinos, que tenemos un vicepresidente sospechado de corrupción que no quiere abdicar... digo, renunciar.

Y sí, este país no da para más, hay que irse. A España, que tiene un rey como la gente, no como los corruptos de acá.