viernes, 18 de abril de 2014

La ortodoxia

Gracias a mi gran amigo Pablo llegué a este artículo de Aldo Ferrer, que se mete con cuestiones semánticas de las medidas que en materia económica está tomando el gobierno.
Discute sobre la cuestión de la ortodoxia de tales medidas, que es un concepto que se usa tanto para chicanear como para en algunos casos definir si se está de acuerdo o no con las medidas, tanto en lo que tiene que ver con la discusión pública de los acontecimientos como en el cierre de filas en relación a las mismas, al interior mismo del oficialismo.

Digamos, es una discusión no tanto económica sino de "relato". De cómo se vende el paquete de medidas. Si componen o no un conjunto coherente asimilable con lo que habitualmente se conoce como plan, o más ampliamente con esa palabra que el kirchnerismo se encargó de gastar instalando el hartazgo generalizado sobre el uso de la misma: un modelo.

Acá nunca le tuvimos mucho miedo a las palabras, de manera tal que la palabra ortodoxia fue pronunciada y repetida infinidad de veces, con la ingenuidad política de que puede ser inocuo decir tal o cual cosa.
Ferrer evidentemente no piensa así.
Sabe que el término "ortodoxo" aplicado a un conjunto de medidas económicas en función de adjetivo calificativo, puede implicar una directa descalificación en el plano ideológico. Una oportunidad por izquierda para restar plafón político a las decisiones.

Y entonces opera un juego semántico según el cual la asociación entre ortodoxia y neoliberalismo es tan estrecha que ambos conceptos se vuelven indivisibles. Ingenuamente, repito, nunca lo vimos de ese modo.
Cuando sugerimos un giro ortodoxo, primero como expresión de deseos, más tarde para justificar algunas medidas económicas no muy entusiastamente defendibles, lo hacíamos con la convicción de estar promoviendo un ordenamiento de las variables macroeconómicas que recuperara los pilares del funcionamiento de la economía en épocas de Néstor Kirchner, e incluso los primeros años del gobierno de Cristina, que lentamente se fueron deteriorando ante la pasividad de los distintos equipos económicos, cuando no las acciones desafortunadas (muchas medidas de Moreno, por ejemplo, hecha esta calificación una vez que tenemos la confirmación de que los resultados fueron negativos, cosa que no es del todo leal), hasta llegar a un grado de insostenibilidad que obligó a definitivamente girar de manera ortodoxa.

Ahora, este uso de la palabra ortodoxa, no implica la instauración de un modelo económico neoliberal, según el cual las tasas de interés sean positivas, la moneda se encuentre artificialmente sobreapreciada, las ventajas competitivas sean estáticas y no exista la posibilidad de intervenir subvirtiendo los designios de los mercados y de la división internacional del trabajo.

Por lo demás, el artículo de Ferrer tiene algunos tramos confusos, con alguna que otra equivocación en el uso de los términos.
Pero cuenta con una excelente aclaración: si entendemos por ortodoxo el modelo neoliberal que inspirado en el monetarismo se aplicó en casi todos los países del mundo en las últimas cuatro décadas, después de la decisión de los 70 de modificar los acuerdos de Bretton Woods y determinar la libre flotación de las monedas sin paridad fija con ningún metal, para permitir el libre flujo de capitales y que en Argentina vivió sus momentos de paroxismo con Martínez de Hoz y Cavallo, tenemos que decir que la devaluación que se profujo en el tipo de cambio y que tiene la motivación de recuperar competitividad para ciertos nichos productivos del sector industrial es disonante respecto de esa ortodoxia, según la cual la moneda debe estar sobreapreciada para permitir tasas de interés seductoras para los capitales financieros internacionales, al mismo tiempo que abarata el crédito externo, con lo cual terminamos en un esquema en que el ingreso neto de divisas por cuenta financiera compensa el egreso neto de divisas por balanza comercial, a partir de que nuestros productos exportables se encarecen, mientras se abaratan relativamente los importados, lo cual se conoce como pérdida de competitividad, que para la estructura productiva desequilibrada de la Argentina significa básicamente que muy pocas manufacturas básicas y la actividad agropecuaria solamente conservan competitiividad.

Estos dos modelos antagónicos de integración global son los que entraron en eclosión al final de la convertibilidad: la dolarización cavallista por un lado, la devaluación duhaldista por el otro.
Entonces, los ajustes al alza del tipo de cambio con el fin de devolver competitividad industrial, y con la mantención de tipos cambiarios diferenciales, a una economía que venía con varios años de apreciación cambiaria, no se inscribe dentro de lo que sería un modelo neoliberal.

Esto es independiente de los efectos distributivos de corto plazo, que no siempre se comportan armoniosamente con los de mediano plazo.
El punto está en que los mejores análisis son los que se despojan de las asociaciones de conceptos esquematizantes.

domingo, 6 de abril de 2014

Del Caño

Lucas Carrasco   pone a consideración de su público (al que pertenecemos) este video, en el cual el diputado mendocino del FIS interpela al Jefe de Gabinete Capitanich.


 Si bien las respuestas de Capitanich fueron bastante consistentes, tal vez le faltó decir que a juzgar por las plataformas electorales que presentaron históricamente los partidos que hoy componen el FIT, así como las reivindicaciones históricas y el asiento teórico sobre el cual las establecen, deberían estar en contra de la devaluación... pero por insuficiente.

Más allá de quiénes embolsen las transferencias (en el marco de una revolución socialista sería la burocracia estatal en control de la producción; en el sistema capitalista son las corporaciones privadas, propietarias del capital).
Porque, bah, no creo que ellos (los troskistas del FIT) avalen que Argentina se inserte en los circuitos comerciales y financieros del sistema capitalista a los fines de generar flujos de divisas que le permitan a las clases medias y altas tener disponibilidad sin racionalización exagerada de energía, comprar vehículos importados, viajar al exterior o atesorar dólares. La revolución socialista sin control de cambios, y por ende sin depreciación en términos internacionales de la retribución del trabajo no existe.

La clase trabajadora de la que hablan (los dirigentes del FIT) es una abstracción inquietante. Los trabajadores cuyos salarios supuestamente se deprecian porque las paritarias les cierran actualizaciones por debajo de la devaluación (supuestamente) son personas que toman bebidas alcohólicas importadas, que consumen combustibles con sus vehículos, que mandan a sus hijos a colegios privados y cuyas esposas se compran cosméticos importados. Etc. Al menos en un considerable número.

La socialización de los medios de producción sería un golpe muy duro para ese aproximado 60% de los asalariados que hoy disfrutan de standares de vida integrados a los que el capitalismo promueve.
Por ejemplo, los trabajadores petroleros, que aparentemente no habrían asesinado a Sayago. Hecho que sí ocurrió de todos modos. El asesinato de Sayago en medio de una protesta de petroleros, digo.
O los camioneros, o los bancarios, o el 80% de los docentes, o los ferroviarios, o los maquinistas, o los trabajadores del subte, etc., etc., etc.

Pero lo más curioso de lo planteado por Del Caño es que un diputado electo por el pueblo mendocino considere que es un tarifazo la quita de subsidios a los servicios públicos que significan un diferencial de tarifas favorable a los habitantes de capital y GBA, en detrimento de los del resto del país.

miércoles, 2 de abril de 2014

La vuelta, para pasar afectuosamente algunas facturas a quienes seguramente no les interesa o, peor, ni siquiera se sienten aludidos.

Las medidas que viene tomando el equipo económico son de corte ortodoxo.
Aumento brusco de las tasas de interés para administrar contractivamente los agregados monetarios. Con dos consabidas consecuencias en el plano doméstico: incremento de los plazos fijos (dinero de cuentas a la vista que se pasa a plazo fijo es un poco menos de liquidez general para el sistema) y caída del crédito al sector privado, sobre todo en el financiamiento del crédito para consumo, como es el caso de las tarjetas de crédito, o los descuentos de cheques (que es un indicador de actividad comercial más discreta).

La economía pasa del motor del consumo al del ahorro. Menos demanda agregada, más oferta agregada.

Los sinceramientos de las tarifas energéticas, por su parte, que tienen también dos consecuencias: por un lado, la contracción del consumo, en general y de energía en particular. No porque vaya a haber menor consumo energético, pero sí probablemente se aplane un poco la curva de crecimiento que venía bastante empinada.
Por el otro lado, la señal de darle cierto emprolijamiento para uno de los tubos por donde más libre, caudalosa y descontroladamente fluyen los fondos públicos que alimentan la actividad privada no siempre con criterio progresivo a la hora de distribuir: los subsidios económicos.

El círculo de cierra con el reacomodamiento de los posicionamientos externos, tendiente a proveer de los flujos financieros externos que nos permitan cerrar la brecha cambiaria para fin de año, poniendo énfasis en el desafío que se presentará a partir de agosto. Pero en líneas generales este tema viene bien encaminado y me animo a pronosticar que empezaremos el 2015 con un mercado cambiario más convencionalmente normalizado.

De estos simples elementos bosquejado a grosso modo podemos concluir con una sentencia que ya dijimos otras veces: la heterodoxia consiste en hacer lo que marca la ortodoxia, pero un poco después. Cuánto después es lo que define el volumen implicado en las decisiones.
Entonces, para no ser tan cínicos, podemos decir que ser heterodoxo es administrar los tiempos y los márgenes, retrasando o adelantando con intervenciones agresivas el cumplimiento de los designios de mercado, con el fin de aprovechar lo más posible esos márgenes de tiempo y recursos para modificar las condiciones iniciales (de dotación de recursos, de patrón distributivo). A mí me gusta más si esa administración se pone al servicio de evitar los shocks, y hacer todo lo más gradualmente posible.
En este sentido destaco mucho la intención del programa Precios cuidados, que puede dejar instalada definitivamente la necesidad social de fijar márgenes de rentabilidad intrasectoriales, para que éstos no dependan de la propia decisión individual del formador de precios de aprovechar al máximo las condiciones beneficiosas.

Lo que sí es seguro, es que más de uno de los que hoy defienden a capa y espada las medidas del tándem Capitanich-Kicillof-Fábrega hace unos dos años me acusaban de proponer las medidas del FMI, Cavallo, la dictadura, Martínez de Hoz, y la franc-masonería.
A todos ellos les mandamos un afectuoso saludo, aparte de un reconocimiento a la necesidad política de que existan ciertos elementos (perdón por despersonalizarlos así, estoy tratando de hacer sociología) que propicien los equilibrios políticos necesarios para que una sociedad funcione.