domingo, 29 de septiembre de 2013

Lucas Carrasco cambió


Lucas siempre repudió de manera tajante a los chupamedias, alcahuetes, obsecuentes. Por eso, realmente me siento asombrado por esta declaración suya de que le parece gracioso el hijo de tato bores. Cuyas columnas políticas en el diario clarín (que "todavía les pertenece" a los que parecen ser sus mandos naturales, si no dios y la patria os lo demanden) son la pantalla a través de la cual oculta la subliminal e indigna pleitesía que les rinde a sus empleadores de manera puntual e infalible, de un modo tan eficiente que hace que los seguramente suculentos caudales que le otorgan como medio de pago por el alquiler de su fuerza laboral sean escasos en relación al invaluable servicio que presta, aún cuando multipliquen los de cualquier trabajador más o menos decente, aunque no sea la envergadura de los honorarios motivo de análisis ya que desde que se re-estatizó el sistema jubilatorio ya no se pagan con "la plata de los jubilados". De paso le decimos al mediocre analista (motivo por el cual seguramente su éxito en el diario como eximio chupamedias sea mayor), que hacer una enumeración somera, digamos un semblante borgeano del kirchnerismo incluyendo al matrimonio para trolos y dejando afuera esa medida trascendente (el fin de las AFJP) equivale a confirmarles a los lectores más avisados que se está ante la opinión de un estúpido.

Pero tan eficiente es el gran hijo del humorista fallecido, que suele intercalar en sus columnas irónicos reproches hacia la obsecuencia, con un arte para el disimulo que hasta algunas (es cierto que escasas) veces pareciera una imagen ajena a su condición moral la del empleado sumiso que  moja las medias de sus patrones en el café con leche matutino.

Pero así es la cosa. El meritorio hermano del humor político en su habitual espacio que suele adolecer de todos los defectos potenciados que le endilga al kirchnerismo (irrespeto, odio, soberbia, etc.) despide hoy a la presidenta con un "mantenga la altura. Usted, una reina. Como si estuviera ganando". Y está bien. Después de todo la burla es el lujo que se pueden dar los que saben que la baraja marcada les asegura la victoria.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Sintonía fina: ahora sí?

La previsible derrota electoral de octubre y esta sensación de retirada que parece instalar el gobierno a partir de los datos de las primarias llevan a pensar en la posibilidad de que se empiece a trabajar en el "ordenamiento de los desequilibrios" de la economía, que son una cuestión que preocupa mucho a los dueños de la posta que los gobiernos se pasan cada cuatro años, si la suerte los acompaña (a los dueños de la posta).

La postergación indefinida en la entrega de la posta, por parte de un gobierno "polémico" que amenaza con durar 12 años, hizo que algunos de esos desequilibrios se agudizaran. Y se cargaran en la cuenta de los dueños del capital, que ven cómo las distorsiones afectan el proceso de acumulación del cual de todos modos salieron bastante airosos.

Pero parece que algunos comienzan a decidir que la "sintonía fina" ahora sí es impostergable.
En algunos medios ya se está hablando de planes posteriores a las elecciones de octubre, que incluirían en un marco de acortar la brecha de ciertas distorsiones de precios una suba de tarifas domiciliarias de luz y gas. O mejor dicho, en un principio un recorte de subsidios. La suba de tarifas adicional dependerá de que la oposición imponga en el congreso su idea de que la última década ha habido un crecimiento económico y una normalización institucional en el país suficientes como para que no se prorrogue la llamada "ley de emergencia económica", lo cual le quitaría al estado la herramienta legal fundamental que actúa como dique de los reclamos empresarios por la re-discusión de los cuadros tarifarios.

O sea, las tarifas domiciliarias hoy se encuentran en casi los mismos niveles que en el año 2002, porque han sido muy pequeños los reacondicionamientos que ha aprobado el gobierno a lo largo de estos 10 años. Muy inferiores a las indexaciones de precios (entre ellos los salarios y las transferencias de ingresos estatales). Y sobre ese cuadro, aparte, se establecen los subsidios directos, que hacen que las intermediarias y los domicilios paguen menos de lo que el cuadro tarifario dispondría de no mediar estas transferencias.

El gesto libertario opositor de ponerle freno al gobierno sería motivo de grandes festejos. En los directorios de las empresas del rubro energético, principalmente. Está muy bien, para eso les pagan.

Pero la cuestión es que independientemente de lo que suceda con la ley de emergencia económica al menos puede llegar a darse una revisión en los montos de los subsidios del rubro energético, con lo cual los consumidores, principalmente los del AMBA, sufrirían seguramente un aumento en el monto a pagar. Probablemente no todos, y las podas se establezcan por zona, para afectar menos a los barrios menos favorecidos por la "justa distribución de los ingresos" que nos supimos dar, acorde a las normas del capitalismo, sobre todo cuando estas no contradicen demasiado el legado divino. Principalmente aquel de "siempre habrá pobres entre ustedes".
En fin, la cuestión es que si finalmente esta vez sí se concretara la reducción de subsidios energéticos, después de 10 años en que se acusó ferozmente al gobierno de tramar algo que nunca hizo al tiempo que se lo criticaba por no hacer lo que debía hacer en este tema (que era justamente aquello que supuestamente tramaba y que desataba críticas por tramarlo), las boletas de gas y luz del AMBA sufrirían aumentos en los montos que paga el consumidor, lo cual tal vez acortaría la brecha de 7 veces que hay entre lo que los porteños le pagamos a la privada EDESUR y lo que los santafesinos le pagan a la estatal socialista y soviética EPE.

El tema es que las cuentas fiscales ya no resisten demasiado el dispendio de subsidios que algunos analistas que reportan secretamente al diario Clarín calculan para este año en "cerca de 100 mil millones de pesos". Están incluidas por supuesto las transferencias del Tesoro a ENARSA para la importación de alrededor de 100 barcos de gas natural licuado, que se paga unas varias veces más caro que el equivalente extraído bajo tierra argentina, pero que (después del costo adicional de la regasificación) llega a los domicilios al mismo precio irrisorio que se paga hoy en el AMBA, gracias a esta suerte de "Plan Descansar" para sectores medios y medios altos, accionistas minoritarios que reciben de esta forma una suerte de distribución de dividendos que los verdaderos dueños del estado (los más ricos) acceden a realizar, pero aparentemente cada vez con menos ganas, porque les dispara la inflación, cosa que los aflige mucho, por el efecto negativo que tiene, "sobre todo en los más pobres".

Así que digamos como reflexión final de estos escritos poco rigurosos y apurados que la "crisis" energética, que hasta ahora fue disimulada con el dispendio de fondos públicos muy voluptuosos (dichosos aquellos que cuentan con mucha plata para administrar y disimular las "crisis"), y que genera lateralmente restricciones relativa y sectorialmente problemáticas, aparentemente tenderá a ser solucionada. Lo que supone, no que las restricciones desaparezcan (porque nunca lo hacen, ya que los recursos son siempre escasos), sino que se distribuyan de otra forma. Esperemos que esta redistribución no sea todo lo inequitativa que piden los ex-secretarios de energía de la nación reunidos en congreso general constituyente por el estado libre asociado de los holdings beneficiarios de las privatizaciones, ni por la entente opositora libertaria que descubrió después de 10 años que el kirchnerismo hizo las cosas tan bien, que ya no es necesario prorrogar la ley de emergencia económica que impide, junto con lo que queda de la ley de convertibilidad la indexación de contratos (y la indexación de balances), motivo por el cual no vienen las inversiones, pssss.

martes, 10 de septiembre de 2013

La cultura

Ayer Cristina anunció que la sede de la Secretaría de Cultura de la Nación dejará de estar emplazada en el lujoso edificio de la distinguida avenida Alvear, en una zona de la ciudad de Buenos Aires anacrónicamente aristocrática, oxímoron compuesto por nobles monumentos arquitectónicos que son lo único que queda en pie del sueño snob de ser la París de Sudamérica, meta final perseguida ávidamente por las generaciones intelectuales fundadoras de nuestro estado moderno. Así nos va, diría una vecina de clase media si no estuviera tan ocupada en echarle la culpa a los peronistas de todo lo malo que supuestamente le pasa al país.

Decía que la Secretaría de cultura de la nación, esa entidad inútil e innecesaria, dejará de ser el pintoresco recordatorio que los ricos usan como chivo expiatorio para no hacerse cargo de que el estado les pertenece en todas y cada una de sus dependencias, existe por ellos, y son ellos los máximos beneficiarios de su existencia.

La futilidad manifiesta de la Secretaría de cultura de la Nación pasará a desarrollarse en un ámbito menos propicio a la representación que nos hacemos de ella (la cultura): un centro cultural, austero arquitectónicamente,  sin los fastos de la modernidad recoleta, pero con rampas para discapacitados y visibilidad de la burocracia, más parecido a un CGP, ubicado en la Villa 21 de Barracas, relativamente cerca de donde Macri quiere poner el nuevo Centro cívico, motivo por el cual anda en conflicto con el Borda.

No vamos a meternos demasiado con la trascendencia material de la mudanza. Solamente decir que en un proceso de urbanización, la decisión de mudar una dependencia pública al corazón del territorio a urbanizar soluciona una parte grande del tema. Porque el estado gasta parte de los excedentes de la economía, del producto social, simplemente para funcionar, independientemente de las transferencias de ingresos que son su razón de ser. Volcar esos excedentes (pequeños en comparación con la magnitud del producto, pero existentes al fin) en un barrio postergado y dejar de hacerlo donde no hace falta, es algo más transformador de lo que pueda parecer en un primer vistazo. Al menos a los ojos de los habitantes del barrio subrepticiamente beneficiado con la decisión, tan carentes no sólo de excedentes mínimos volcados por el estado (tampoco por los privados) y hasta a veces ni siquiera acreedores de las transferencias de ingresos que les corresponderían.

Así, con todo lo dicho, la decisión es estruendosa en materia justamente cultural. Simbólica.
Acá alguna vez mencionamos la idea de mudar la secretaría a Jujuy o Catamarca. Cristina superó esa idea, con ésta hasta ahora poco valorada, creo yo.

Pero es un paso esencial para desconstruir un entramado histórico mediante el cual las clases dominantes convencieron a las clases subalternas de que sus manifestaciones culturales, la "alta cultura", son motivo de interés público. No queremos abundar, pero es infinita la cantidad de elementos que cruzan el accionar y las responsabilidades estatales, con estas características. Cosas de ricos y para ricos, asumidas plenamente y sin discusión, como de interés público (es decir, que las tenemos que pagar entre todos, que es eso lo que significa en la crudeza de la administración). El solo hecho de poner una base mínima como para que algún día se empiece a discutir esta cuestión tan intrincadamente aferrada a nuestras más profundas convicciones ya merece un homenaje.

Y estoy tentado de decir que decisiones como éstas valen mil sapos. Que cualquier persona con ideas de izquierda podrá chicanear variadamante con Chevron, con Monsanto, con Barrick Gold, con los Qom. Con todas aquellas cosas que diferencian en casi nada (o en nada, si se quiere, no lo vamos a discutir acá) al kirchnerismo de cualquier otro gobierno previo o de cualquier otro potencial reemplazante.
Y sí. Pero la historia no va a dar la chance de explicar con tanto lujo de detalle.
Y si alguien (aparte de fesibuc) algún día se preocupa por hacer una reconstrucción biográfica sobre mí, quiero dejar bien en claro que yo, antes que nada, soy partidario del gobierno que re-estatizó las jubilaciones y mudó la secretaría de cultura a una villa. Los populistas, en definitiva, somos así.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Un nuevo país se acerca: y viene con nuevo instituto de estadísticas; atención cazadores de contratos

La creación de un nuevo instituto de estadísticas nacional (además de otras unidades burocráticas muy promisorias en cuanto a la generosidad en el reparto de contratos) parece formar parte de la nueva agenda política, de la que se supone que surgirá el postergado reemplazo de lo malo por lo bueno.

Se presentarán en el Congreso (y en los medios de comunicación) proyectos de ley que plasman tales propuestas, en un nuevo episodio de la campaña electoral, regida por la predisposición de los candidatos a mostrarse operativos, expeditivos, resolutivos. O sea, con capacidades ejecutivas. Un capítulo de la municipalización de los comicios legislativos, que marcan claramente que lo que se juega en la elección es bastante más que la renovación de las cámaras legislativas, a pesar de los alardes de "falta de respeto a la gente" que surgen cada vez que se menciona el 2015.

En fin, volviendo a la cuestión.
El Gobierno es acusado de manera permanente y continua desde hace unos 5 años de no reconocer la existencia de inflación. La sólida base que sustenta la crítica es la subestimación del IPC GBA que realiza el INDEC, y que a esta altura es acompañada por los presupuestos de los distritos como la CABA o la PBA que dan cuenta de números similares, o los datos de inflación difundidos por otros institutos provinciales como el de Santa Fé, que en un esfuerzo de sinceridad inédito (y por supuesto también transparencia republicana) da actualmente un 14% de inflación anualizada, o sea, unos 3 puntos más que el INDEC. Emotivo.

El tema es recurrente, repetitivo, pero no podemos eludir la repetición de nuestros argumentos, tan poderosos (es un chiste, Acevedo).
A nuestro modo de ver, la conformación del IPC y su subestimación, no responde a la intención del gobierno de "negar" la existencia de inflación.
El IPC es un número técnico, que con distintas variantes existe hace mucho tiempo, y que tiene funcionalidades internacionalmente definidas para los índices de precios. No es un invento argentino, ni mucho menos kirchnerista.

Las funciones de estos índices se remiten a la elucidación de tasas implícitas que permite elaborar tasas nominales de interés y rendimiento que las contemplen, a la indexación de contratos, a la indexación de montos imponibles fiscalmente, a la indexación de balances y a otras situaciones de tipo nominal que sirven para definir rendimientos reales de inversiones de variado tipo y resguardo de capital, además de ahorro en materia de pago de impuestos que favorece a inducir a las autoridades a adoptar políticas de ahorro fiscal.
En Argentina sumó a partir de 2005 la indexación del cupón IPC, por el cual cada punto inflacionario redundaba en un pago adicional de parte del estado a tenedores de esos bonos de deuda emitidos en el canje de 2005 y suscriptos directamente o a través de compra en el mercado secundario por entidades bancarias nacionales y extranjeras, grupos económicos en proceso de financiarización de excedentes, o bancas de inversión y brokers armadores de fondos de inversión, en cuyos potentados clientes depositan sus expectativas de resguardo y aumento de su capital financiero.

Es decir, que la distorsión, dada por motivos de orden financiero del Estado, afecta directamente a un nicho minoritario pero muy poderoso, al quitarles una herramienta central en el cálculo de sus rendimientos y en la obtención de dividendos.
Y además se sumó otro problema: el IPC dejó de ser en Argentina lo que a nivel mundial es función eminente y prioritaria de los índices de precios al consumidor:  un disciplinador de las expectativas de aumento salarial. Sin embargo acá, con anuencia explícita y hasta por decisión del propio gobierno, el IPC subestimado (como se subestiman todos los índices de precio en el mundo) marca un número que es menor a la mitad de la pauta de aumento nominal salarial, lo cual redunda a su vez en la sospecha de que tales aumentos superan la inflación real (que supuestamente es la que miden las consultoras privadas, que hacen índices con una transparencia y un rigor estadístico notable, tal que consiste en multiplicar por tres el número que indica el INDEC). Con lo cual se termina sumando un aumento persistente de costo salarial que le "resta competitividad a las empresas".

Este combo, tan perjudicial para los actores concentrados de la burguesía nacional y sus pares extranjeros con participación directa en el mercado local, es el que terminó determinando que el IPC, como número técnico, saliera de su invisibilidad burocrática para transformarse, según la vulgata periodística, en elemento de divulgación continua de la opinión el gobierno respecto de la existencia o no de inflación. Y así, las clases medias y bajas se vieron confusamente envueltas en una disputa por excedentes entre distintas facciones del capital, en la que el estado también intervenía obviamente, con la distorsión de la herramienta de pauta de contratos, disciplinamiento de expectativas de aumento salarial y obtención de dividendos en base a deuda pública. A punto tal, que la gran mayoría de la población cree hoy que el INDEC es una creación del kirchnerismo.

Y en ese contexto, profesionales formados en la máxima rigidez ortodoxa en materia económica, salen hoy públicamente a dejar bien en claro que verdaderamente creen que la influencia del IPC distorsionado en la inflación real es central y que la medida más adecuada y más vendible para iniciar un combate contra la inflación es la generación de un nuevo instituto de estadísticas, para reestablecer esta herramienta de usufructo de la alta burguesía (esto no lo dicen) vaciada de contenido por el kirchnerismo.
La reducción real de salarios, y el alza de tasas de interés que redundará en absorción de recursos actualmente destinados a crédito productivo y para consumo, quedan como proyecto, enclaustradas en la residencia del saber de los think tank, que nos quieren hacer creer que van a combatir la inflación simplemente a través del reparto generoso de contratos que vuelva a instaurar la participación estatal en la formación de herramientas de usufructo de la alta burguesía como si se tratara de una necesidad de interés público determinante.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Uso de tecnología en el futbol

Las históricas fallas de los árbitros siempre son disparadores para que se vuelva a pensar en la innovación, con el fin de corregir lo que es un elemento constitutivo no solo del futbol sino de cualquier actividad humana: la disparidad de criterios. 
Es que en este caso específico hay una continua confusión de términos.

Vamos por partes: ayer en el programa Duro de Domar, con la presencia como invitado de Horacio Elizondo, se trató el tema. Y Julia Mengolini citó una idea de Tomás respecto de la incorporación de tecnología visual al futbol para mejorar la tarea de los referees. 
Dice Tomás (según Mengolini) que el futbol es un deporte superprofesional pero que requiere de pocos elementos técnicos para ser adoptado por cualquier grupo de personas con vocación lúdica, que no tienen necesidad de incorporar para llevar a cabo su práctica ningún elemento demasiado sofisticado en cuanto a tecnología. Y que los agregados de elementos de ese tipo en la práctica profesional del mismo atentarían contra ese factor diferenciador del que goza el futbol y que es lo que supuestamente determina su popularidad.
Es una idea muy atractiva e interesante. Y probablemente por ese mismo motivo lamentablemente no coincido para nada con ella.
Y no justamente por el cinismo de que el futbol es un negocio millonario y toda esa sarta de lugares comunes. Sino porque me parece que no es así.

El futbol, hoy y desde que existe como práctica profesional o al menos formal cuenta con variados agregados tecnológicos que, siguiendo la idea mencionada, lo alejarían de su práctica meramente lúdica. El más significativo de estos elementos son los arcos. Tres caños de hierro, dispuestos en forma de arco justamente, con una red suspendida desde la parte superior hasta el piso con cierto grado de tirantez, etc. 

Sin embargo, puede prescindirse tranquilamente de este elemento constitutivo esencial del futbol, siempre y cuando se lo pueda sustituir por algún otro conjunto que cumpla la función de meta. Por ejemplo, el espacio que queda entre la pared de la casa y el árbol de la vereda.
Poner dos buzos estrujados en el piso a distancia de unos 5 o 6 pasos, formando entre sí una línea imaginaria es el mecanismo más elegido para la sustitución del arco en las plazas. 
Y las discusiones que conlleva la dilucidación de si la pelota pasó por encima del buzo (cuya prolongación imaginaria sería el palo mismo) o si pasó por la zona interior para determinar si fue gol o saque de arco son condimentos levemente discordantes, pero que no alcanzan a generar malestar suficiente como para hacer desistir de la práctica informal del futbol. Digamos: si hay arcos, mejor. Pero si no hay los improvisamos y listo. Jugar, se juega.
Y nada haría presumir, seriamente, que un grupo de chicos dejaran de jugarse un picadito por la desilusión de descubrir que carecen de telebim. 

Pero yendo al punto de la cuestión.
Una cosa son los fallos que refieren estrictamente al campo de lo fáctico, como por ejemplo, definir si una pelota pasó la línea de gol, o la línea de fondo para determinar si hay que cobrar gol, o dejar seguir el juego (bueno, no, imposible dejar seguir; pensemos en esa modificación que introduciría la tecnología en el fútbol, cuántas veces deberíamos reanudar el juego mediante un "pique"?). En esos casos todos los que componemos de alguna forma el espectáculo deportivo (jugadores, técnicos, espectadores) podemos someternos al acuerdo fiduciario de que le vamos a creer a una especie de distorsión de las imágenes como el "ojo de halcón" que usa el tenis, que ciertamente, requiere de que todo el mundo le tenga mucha fe y nadie empiece con las suspicacias respecto del cuadro del que es hincha el enano que está adentro de la máquina que hace esas "repeticiones-simulaciones".Se soluciona fácil: con la imagen cruda.
Pero bueno, salvando este requisito de acuerdo fiduciario (es decir, que tengamos fe en la generación de la imagen, en la no distorsión) en esos casos específicos la tecnología visual puede salvar algunas fallas de los árbitros.
El orsai es un tema un poco más complejo. Pero en el caso puntual en que haya que decidir simplemente posición adelantada, independientemente de la influencia, de quién hizo el pase, si es pasivo, si es pase atrás de un defensor, etc. también podría usarse. Es más difuso, igual, porque en el orsai ya aparecen componentes interpretativos subjetivos (tiene el pie un poco más adelantado, pero la rodilla del rival está más atrás, etc.), pero si no nos ponemos quisquillosos le podemos sacar el jugo también al uso de la tecnología.

Ahora, hay casos que son muy de interpretación. Y no hablo de la casualidad o intencionalidad de una mano o el adelantamiento de un arquero en un penal, que ya son excesivamente subjetivos y vulnerables a la sensibilidad de la interpretación personal. Sino de cosas más sencillas.
Por ejemplo, el penal famoso que le dieron a San Lorenzo contra River. Está bien cobrado o no?
Para que sea penal se tienen que dar una serie de condiciones y hechos: espacialmente, los jugadores involucrados en la acción tienen que estar adentro del área (lo estaban incuestionablemente), y el jugador que defiende en esa área tiene que promover (intencionalmente o no) un contacto físico con su rival lo suficientemente importante como para impedirle el normal desarrollo de la acción que se proponía.
Bueno, trasladando estas disposiciones a la jugada en cuestión, nos encontramos con que podemos discutir 28 días consecutivos sin llegar a ningún acuerdo sobre si esa acción debía sancionarse como penal o no (yo, igual que Elizondo, creo que sí, pero hay tantas opiniones distintas).

De modo que la tecnología en esos casos, no eliminaría las suspicacias, y hasta en algunas situaciones podría caldear ánimos (más todavía) o condicionar comportamientos y fallos posteriores (más que en la actualidad, también).
Pero en cualquier caso, el uso de la tecnología tiene que ser privativo del árbitro, una ayuda a él, para que aplique mejor su interpretación, su subjetiva visión de los hechos, su arbitrariedad.
No puede romperse digamos ese contrato tácito según el cual nuestras visiones particulares están subordinadas a la única visión válida a los fines reglamentarios que es la del referee.
Si se incumple este vínculo, el uso de la tecnología es inviable.